Editorial

LA MUERTE DE HANANE

La muerte de Hanane ha conmocionado a la sociedad ciezana. Ha supuesto un golpe muy duro e inesperado, debido a la trágica y repentina pérdida de una de sus componentes y también teniendo en cuenta las lamentables y tristes características que atañen al caso.

Hanane era una joven luchadora que batalló por tener una vida mejor y desprenderse del yugo machista que ejercía su expareja, a la cual denunció y de la que se separó para poder vivir en paz con su hija y su familia. Sin embargo, esa valerosa lucha le ha costado, desgraciadamente, muy caro, si se confirma, como así apuntan todos los indicios recabados en la investigación (a la espera de que sean corroborados por la justicia), que fue su exmarido quien acabó con su vida. De hecho, las autoridades regionales ya la reconocen como la primera víctima de la violencia de género (a las cosas hay que llamarlas por su nombre, sin caer disyuntivas sin sentido y politizadas) de la Región de Murcia en lo que llevamos de año; la número 47 en todo el territorio nacional.

La lacra de la violencia de género, a pesar de todas las medidas y avances legales que se han producido en las últimas décadas, sigue estando presente en nuestra sociedad. Es cierto que se ha reducido el número de mujeres asesinadas a manos de sus parejas o exparejas, pero ese dato no puede consolar a una sociedad democrática. Cada vez que se sesga una vida de una forma tan cruel supone una herida lacerante y terrible en nuestro corazón.

Hanane era una mujer valiente que luchó por su libertad, pero el sistema le falló y no fue capaz de protegerla. Su supuesto asesino tenía una orden de alejamiento y estaba siendo buscado por quebrantar dicha orden.

Hanane, su hija y su familia merecen que se haga justicia y que recaiga todo el peso de la ley sobre quien cometió un acto tan horrible como es el de arrebatar una vida humana. Cieza le demostró su cariño y le rindió un justo homenaje. Ahora es el turno de que la justicia también lo haga y se le imponga la máxima pena a quien le arrebató el don más preciado. No es un deseo, es una exigencia de la sociedad ciezana, de la española y de toda aquella que se precie de tener empatía y humanidad.